martes, 6 de mayo de 2008

Pedro Horrillo, un filósofo en el pelotón

La imagen de años atrás de que los ciclistas son personas sin formación ni estudios, no se ajusta a muchos de los actuales integrantes del pelotón español. Chechu Rubiera, Patxi Vila o David Herrero son ejemplos de ciclistas que han sido capaces de compaginar los entrenamientos y los libros para sacar un título universitario.

Dentro del pelotón, Pedro Horrillo, en la foto en la París-Roubaix 2007, es señalado al unísono cuando se les pregunta a sus compañeros quién destaca por preferir los libros a las películas en las concentraciones . El título de mi blog, Desde mi sillín, bastante obvio y nada original teniendo en cuenta la temática, es el título de la columna que publica Horrillo en El País cuando corre alguna carrera 'importante' mientras que si no acude a participar en la prueba, la columna se titula Desde mi sillón. Además, el corredor vasco, que es compañero del tricampeón del Mundo Óscar Freire en el equipo Rabobank, también colabora con el diario holandés De volkskrant.

Como muestra de lo que considero que son buenas columnas, os dejo un ejemplo. A pesar de que no es periodista (estudió Filosofía), creo que su punto de vista enriquece la crónica de la jornada que hace el periodista, en el caso del El País, Carlos Arribas. En este caso creo que el 'intrusismo' está justificado.

Lo publicó el 10 de julio del 2005, durante el Tour de Francia, en El País.

El precipitado

Hoy toca de nuevo clase de química, queridos alumnos. No me pongáis esa cara, que ya sé yo que todos asistís gustosos a estos cursos de verano de la universidad itinerante del Tour. También sé que no es vuestra asignatura favorita, pero es porque no alcanzáis a verle el lado práctico, que lo tiene.

Después de una semana en la que hemos estudiado al detalle todo lo relativo a la velocidad de las reacciones, hoy vamos a estudiar las reacciones de precipitación. Para que me entendáis, nos iremos directamente a un caso sencillo, el del ganador de ayer, Weening.

Un antiguo alumno mío, ahora compañero de equipo de nuestro protagonista, me comentó que era un caso paradigmático de lo que se denomina un corredor precipitado. No precipitado en uno de los sentidos literales, el de tirarse desde las alturas, sino en el de que es un corredor que, a pesar de su fortaleza en la montaña, acostumbra a atacar atropelladamente y sin consideración en cuanto ve que una carretera apunta hacia arriba. Vamos, un sangre caliente.

Como sabéis, en química llamamos precipitado a una sustancia sólida que se forma en el interior de una disolución. Una solución es una mezcla homogénea de varios componentes y una disolución es cuando se presenta en fase líquida. Si observamos el pelotón desde la toma cenital, podemos ver cómo, una vez que perdemos el detalle de los maillots distintivos, el grupo se presenta como una masa homogénea y se mueve y cambia de forma obedeciendo a la dinámica de fluidos. Ésta es la disolución original.

Pero también llamamos disolución al efecto de disolverse, es decir a la separación de lo que previamente estaba unido. Esto es lo que hizo nuestro hombre por duplicado; en una primera disolución, que fue la que produjo la escapada del día, y en una segunda, la que nos interesa, en la que se formó el precipitado.

Nuestro hombre, el precipitado, mostró un estado sólido en esa segunda disolución, una solidez que fue clave para que alcanzase su objetivo: la victoria. Es cierto que fue alcanzado por otro precipitado, que procedía de una reacción tardía, Klöden. Los dos precipitados se presentaron así precipitadamente en la meta y disputaron un precipitado sprint de precipitados en el que tuvieron la precaución de no alzar los brazos precipitadamente en espera de la foto-finish.

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"Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adonde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos."
J.R Salinger El guardián entre el centeno